La amabilidad y las personas amables

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La palabra “amabilidad” viene del latín “amabilitas” y significa “cualidad de poder inspirar o merecer amor”. Por tanto, alguien “amable” sería una persona “digna de ser amada”. La amabilidad se considera un valor social que se fundamenta en el respeto y la cortesía, cuando nos relacionamos con otras personas. La amabilidad y las personas amables son vistas de forma distinta dependiendo de entorno en el que se encuentran.

¿Qué ha sucedido con la amabilidad y las personas amables en el ámbito laboral?

Por ignorancia y durante mucho tiempo, la amabilidad no se consideraba una fortaleza dentro de las habilidades directivas. Ocurría que se veía como una debilidad, confundiendo “persona amable” con “persona blanda” o con falta de carácter. Dar órdenes o mandar amablemente como que estaba mal visto, más aún si se acompañaba de una sonrisa. Todavía en ciertos ámbitos, siguen sin apreciar esta fortaleza.

En multitud de ocasiones esa “confusión” está muy lejos de la realidad, sobre todo, cuando la amabilidad continúa a pesar de la mala educación que pueda tener la persona que esté frente a ti. Es en este caso, todo lo contrario a una debilidad. Un comportamiento amable frente a la falta de tacto o la grosería de otras personas demuestra grandes fortalezas. Por lo pronto autocontrol, amor propio y una autoestima equilibrada, muy diferente a las características de la persona que utiliza la insolencia o la impertinencia en sus palabras, discurso o comportamiento. La persona amable no da poder a ese tipo de comportamientos, tampoco quiere decir que se deje pisotear, son temas muy diferentes.

¿Qué pasa con las personas que no son capaces de ser amables en el ámbito laboral?

En el entorno laboral, la amabilidad y las personas amables se encuentran en el punto de mira de muchos comentarios paternalistas, sarcásticos y bastante prepotentes. Es triste observar que las frustraciones de muchos se proyectan en la conducta amable de otros, porque se excusan en la mal llamada “ley de la selva”, o la del más fuerte… Es tan ridículo, ver y haber vivido situaciones, donde se intenta provocar respuestas fuera de lugar, para acabar con la paciencia que acompaña el valor de la amabilidad. Resulta grotesco ser testigo de esa actitud mezquina que intenta infravalorar a las personas que utilizan la cortesía y amabilidad como una forma de vida.

Entre muchas de las debilidades que cargan a sus espaldas, poseen un mundo interior insignificante cuando no aceptan que otra persona eligió el camino más complicado y valiente, alejándose de la queja o el ataque al prójimo como solución a las frustraciones. Estas personas optan por la demanda, la protesta y el ataque gratuito, ya que son mucho más fáciles, pues no requieren ningún esfuerzo. Podríamos calificarlos como “berrinches y pataleos” a la carta, provenientes de inseguridades muy escondidas, o conductas demasiado infantiles camufladas tras el sarcasmo y la burla.

¿Cuál es mi opinión y que suelo hacer yo?

Cuando me encuentro con este tipo de personas, no entro en su juego y tampoco actúo a la defensiva. Si supieran lo fácil que se desarma este tipo de actitud. Además, para mi es triste ver como proyectan sus frustraciones en otras personas demostrando su limitado autocontrol y sus incapacidades en las habilidades sociales.

Entiendo que no tuvieron la suerte de recibir una educación en el cultivo de la amabilidad, la cortesía y el civismo. Seguramente, tampoco sus modelos a imitar, en su infancia o adolescencia, les ofrecieron ejemplos suficientes para desarrollar fortalezas que les sirvieran en su edad adulta. Aunque parezca que les estoy dando la excusa perfecta para actuar de esta manera tan “cutre”, no lo es.

Cuando llegas a tu edad adulta (me refiero mental), se sabe perfectamente que el pasado no puede servir de excusa para toda la vida, llega un momento en el que hay que parar y hacerse responsable de los actos presentes. Existen casos donde la persona no puede sola, entonces pedir ayuda es lo más saludable. Porque, que otras personas paguen tus platos rotos, ni es razonable, ni es lógico ni es de tener sentido común.

¿Y en las redes sociales? ¿Cómo se observa a estas personas?

Se está llegando a un punto de ridiculez que roza el esperpento. Existen varias tendencias que tampoco es cuestión de analizar una por una, sería un artículo demasiado largo. La falta de educación casi generalizada a la hora de comentar publicaciones, con opiniones y puntos de vista diversos, hace que se complique bastante el uso de la amabilidad en el lenguaje.

En algunas redes el insulto está a la orden del día, desde las más altas “esferas” se muestra una carencia de principios y valores, que ojalá fuera fruto de la inexperiencia o improvisación. Esta actitud incita y promueve una corriente insólita donde la incomprensión, la falta de empatía y el poco respeto hacia la otra persona, tras la pantalla, se convierte en un caldo de cultivo bastante peligroso.

Es evidente y más aún en la actualidad, que si estás en búsqueda “activa” de trabajo van a comprobar cómo te muestras y manejas en las redes sociales. Pues como suelo decir en mis formaciones: “Se sabe más de “Pepe” cuando habla mal de “Juan” que del mismo “Juan”… Soy testigo de personas con carreras profesionales bastante amplias, que jamás contrataría para trabajar en equipo y mucho menos para ser responsable de uno.

¿Se puede aprender a ser amable en la edad adulta?

Siempre que la persona acepte que necesita ayuda, es posible cambiar comportamientos y conductas. No ocurre de la noche a la mañana, pero la buena noticia, es que es posible trabajar este tipo de valores y mejorar aquellas debilidades que te alejan de ser capaz de utilizar la amabilidad, al menos, la mayor parte del tiempo.

La amabilidad forma parte del modelo de los 5 grandes o “Big Five” que responden al acrónimo de OCEAN, factores de dimensiones de la personalidad en su sentido más amplio. Este modelo de Goldberg (1993), se basa en las descripciones que realizaban unas personas sobre los rasgos de otras. En este caso, se considera la amabilidad como un rasgo de la personalidad, es decir, resultado del conjunto carácter (temperamento y hábitos aprendidos) y conducta.

Existen muchos más modelos, sin embargo, en el entorno laboral trabajar la Dirección por Valores junto a la gestión emocional es una de las formaciones que mejores resultados están ofreciendo, cuando se trata de desarrollar habilidades directivas.

Formaciones en DPV – Dirección por Valores

Carmen Parrado Coach

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